Las enfermedades neoplásicas y las cardiovasculares son la causa principal de muerte prematura en los países desarrollados.
En España se sitúan entre las principales causas de mortalidad (Figura 1).
Con los avances científicos (cribados poblacionales, diagnóstico precoz, mejoras terapéuticas), hemos asistido, igualmente, a un aumento de la supervivencia de este tipo de pacientes, encontrando en este momento un gran número de sujetos diagnosticados, tratados y en vías de recuperación de su enfermedad neoplásica (Figura 2).
Adoptamos la definición de “Superviviente de Cáncer”, proporcionada por la “National Coalition for Cancer Survivorship”, que incluye el período desde el momento del diagnóstico hasta el final de la vida. (http://www.canceradvocacy.org). La mayor parte de los pacientes que sobreviven al cáncer son personas de edad, mayores de 65 años que, en cerca de la mitad, provienen de cáncer de mama y próstata y en un 10% el cáncer es de colon, hematológico o endometrial.
El cáncer forma parte de un grupo de enfermedades, que tienen como denominador común el crecimiento descontrolado de las células, dando lugar a fenómenos de compresión, invasión y degradación en el tejido que las rodea.
Estas células malignas pueden ser transportadas por el sistema arteria o linfático a tejidos y órganos periféricos, ocasionando localizaciones secundarias o metástasis.
El mecanismo habitual por el que se produce un cáncer radica en una mutación del material genético, que puede ser causado por factores ambientales (tabaco, radiaciones, polución, infecciones o factores alimentarios). Estas mutaciones ocasionan cambios en las propiedades y mecanismos que regulan la longevidad en estas células afectadas, provocando una vida sin obstáculos e incontrolada.
Las manifestaciones clínicas del cáncer son diversas, dependen del tipo y localización del tumor, pero muchos de ellos presentan de forma habitual astenia, anorexia, pérdida de peso y descenso de la capacidad física como resultado de un descenso del acondicionamiento y de la atrofia muscular que presentan. Además de todo ello y como resultado de los tratamientos recibidos (cirugía, quimioterapia, radioterapia, etc.) se vuelven inactivos, siendo la inactividad física la responsable del 33% de su mala condición física y de su fatiga.
La fatiga no sólo aparece en cánceres activos, sino que está presente igualmente en pacientes que han sido objeto de tratamientos radicales, afectando a la calidad de vida de los pacientes neoplásicos.
En los últimos años se ha destacado la importancia de la actividad y el ejercicio físico, como medio para oponerse a muchos de estos síntomas y contribuir a mejorar e incluso recuperar la calidad de vida en estos pacientes neoplásicos.
Hoy día, en las enfermedades neoplasias se barajan múltiples tratamientos, aplicados de forma individual o combinada.
Muchos van a ser sometidos a cirugía, menor (Ej. eliminación de un nódulo) o mayor (Ej. resección de una gran porción de colon).
Alrededor de la mitad de los pacientes van a ser sometidos a radioterapia (capitulo 4), la cual puede aplicarse antes o después de la cirugía, sola o concomitante con quimioterapia. Aunque la radioterapia es individual, en muchas ocasiones requiere citas frecuentes, de hasta 5 días por semana, durante varias semanas, hecho relevante de cara a los programas de ejercicio y a la calidad de vida de los pacientes.
La mayoría de los enfermos van a recibir quimioterapia (capítulo 4), por vía oral o intravenosa, con diferentes programas, pero casi siempre con carácter cíclico. La duración del tratamiento es variada, pudiendo aplicarse en unas semanas o a veces prolongarse por períodos mucho más largos. Todo ello en función de la naturaleza del cáncer y de la especificidad del agente quimioterápico.
La terapia hormonal se utiliza cuando está indicada, especialmente determinados tipos de cáncer como son el de mama y próstata. Este tratamiento puede aplicarse mediante drogas o, en ocasiones, mediante cirugía supresora, eliminación de ovarios (ooforectomía) o de testículos (orquidectomía).
También, recientemente, existen un número creciente de terapias que están en desarrollo. Son tratamientos tumores-específicos (trastuzumab, herceptin), son anticuerpos monoclonales que se administra a los supervivientes del cáncer de mama con sobre-expresión del receptor HER-2.
Los profesionales que prescriban ejercicio, deben estar al tanto de los continuos cambios que se producen en las terapias oncológicas y conocer las interferencias, efectos secundarios y/o contraindicaciones que puedan llevar consigo.
Los efectos adversos del tratamiento podrían ser inmediatos, resolviéndose en un período de días o semanas, o ser persistentes, prolongándose durante años o ser tardíos tras finalizar el tratamiento.
Los efectos persistentes, pueden aparecen rápidamente en los pacientes e ir compensándose a lo largo del tiempo. Sin embargo, hay otros que aparecen de forma tardía tras meses o años de exposición a agentes cardiotóxicos (arritmias, cardiomiopatías, etc.).
En la Tabla 1, se hace una descripción de los efectos más significativos de los diferentes tratamientos a los que puede ser sometido un paciente con cáncer.
Existen factores predisponentes como: la edad, el género, condiciones mórbidas previas, etc., que pueden favorecer la incidencia y severidad de estos efectos adversos.
El papel de la actividad física y del entrenamiento con ejercicio y su aplicación en la prevención, en el tratamiento y en el post-tratamiento del cáncer, ha sido ampliamente investigado, destacando que el 75% de los meta-análisis muestran datos positivos y habiéndose publicado diferentes guías de práctica clínica para supervivientes de cáncer.
Courneya and Friedenreich propusieron un marco de “Actividad física y Control del Cáncer” que destaca las fases en el curso de un cáncer, donde el ejercicio
juega un papel importante. Ellos identifican dos períodos anteriores al diagnóstico y cuatro períodos posteriores al mismo, con objetivos y programas diferentes en cada momento (Figura 3).
A. Ejercicio y prevención de cáncer: Existe una amplia evidencia epidemiológica que sugiere que la actividad física regular reduce el riesgo de varias formas de cáncer, entre otros el de mama, colon, próstata y endometrio.
La actividad física regular de moderada a alta intensidad (> 3 Mets), se asocia con un menor riesgo para desarrollar cáncer de colon próximal y distal, cáncer de endometrio (en mujeres con sobrepeso/ obesidad post-menopáusicas), cáncer de mama, cáncer de próstata, cáncer esófago-gástrico, cáncer de ovario, cáncer renal, cáncer de pulmón y cáncer de páncreas (Tabla 2).
En el meta-análisis de Moore et al (2016), dónde se valoraron un total de 1,44 millones de participantes que presentaron 186.932 cánceres, se encontró que el grupo de mayor nivel de actividad física, comparado con el de menor nivel, mostró un menor riesgo de padecer 13 tipos de cáncer (Tabla 3).
Cuando las asociaciones se ajustaron por índice de masa corporal, los beneficios se atenuaron para varios tipos de cánceres, pero se mantuvieron en 10 de los 13 tipos de cánceres, con una relación inversa y estadísticamente significativa.
B. Beneficios en pacientes con cáncer: Del mismo modo, en los últimos años, numerosos estudios observacionales han mostrado que los sujetos diagnosticados de cáncer de mama o colon, que se mantienen físicamente activos, tienen una mayor probabilidad de supervivencia, comparados con aquellos que son inactivos. De acuerdo a estos estudios, los sujetos físicamente activos duplican la tasa de supervivencia cuando siguen las recomendaciones generales (www.cdc.gov).
También se han realizado numerosos estudios aleatorizados controlados (EAC), para determinar la eficacia del ejercicio sobre la fatiga que acompaña a estos pacientes con cáncer.
El meta-análisis de McNeely et al (2006), que incluyó 14 ensayos clínicos aleatorizados, controlados, concluyó que el entrenamiento físico mejora la calidad de vida, la forma y habilidad física, y reduce la fatiga de los pacientes con cáncer de mama.
El estudio de Adamsen et al (2009), demostró en 269 pacientes con 21 diferentes tipos de cáncer, que el ejercicio combinado (alta intensidad, fuerza, relajación y masaje, 9h por semana durante 6 semanas), redujo la fatiga, mejoro la calidad de vida, aumentó la capacidad aeróbica, fuerza muscular, capacidad física funcional, y el bienestar emocional.
La actividad física, durante y después del tratamiento, puede aumentar la calidad de vida y reducir la fatiga en mujeres con cáncer de mama (Alfano et al., 2007; Valenti et al., 2008; Chen et al., 2009; Smith et al., 2009).
Debido al amplio número de programas propuestos para pacientes con cáncer y a la carencia de guías de práctica clínica para los profesionales,
el American College Sports Medicine / ACSM) creó un grupo de expertos en cáncer y ejercicio para revisar el estado de la cuestión y establece evidencias basadas en estudios de calidad (Tabla 4).
El grupo de trabajo utilizó la clasificación del National Heart, Lung, and Blood Institute (NHLBI) que establece categorías de evidencia clínica en función del número y calidad de los estudios aportados (Tabla 5).
Se convocó una mesa redonda financiada por diferentes instituciones (Siteman Cancer Center at Barnes- Jewish Hospital and Washington University School of Medicine in St. Louis (St. Louis, MO) and the Oncology Nursing Foundation), con la intención de difundir los resultados obtenidos para una guía de práctica clínica.
A continuación, exponemos las conclusiones de este grupo:
1. Durante quimioterapia y radiación: Después de analizar 22 Ensayos Clínicos Aleatorizados (ECA) sobre la seguridad y eficacia del ejercicio en supervivientes de cáncer de mama recibiendo quimioterapia o radiación, con alta validez interna, con muestras entre 20 y 450 sujetos, con una media de 88 mujeres, encontramos lo siguiente:
El ejercicio podría, igualmente, mitigar síntomas y efectos adversos de la quimio y radioterapia tales como duración de la trombopenia, cuidados y duración de la estancia hospitalaria, duración de la diarrea, duración del dolor.
Finalmente, un par de ECA mostraron que, el ejercicio aeróbico y de fuerza podrían evitar o retrasar el comienzo de linfedema durante la quimioterapia.
Los efectos del ejercicio sobre el hueso fueron positivos, pues el ejercicio aeróbico, pero no el de fuerza con bandas elásticas, aumentó la densidad mineral ósea
lumbar durante el tratamiento. Sin embargo, un programa de paseo con 10.000 pasos diarios no consiguió el efecto de un tratamiento con ácido alendrónico, durante un año, en la mejora de la densidad mineral ósea, en premenopáusicas y perimenopáusicas sometidas a quimioterapia.
2. Después de quimioterapia y radiación: Hay 32 ECA de alta validez que estudiaron la seguridad y eficacia del ejercicio en los supervivientes del cáncer de mama tras haber sido intervenidos y recibidos quimio y/o radioterapia. En la mayoría de estos estudios las mujeres recibían todavía tratamiento hormonal. El rango de las muestras utilizadas en los estudios fue de 14 a 306 pacientes con una media de 86 mujeres.
Tras revisar doce ECA de intervención y tres estudios observacionales, podemos resumir las evidencias encontradas.
Actualmente, hay en marcha nuevos estudios que prometen la posibilidad de establecer dichas evidencias.
La mayor parte de los estudios realizados no se centraron en la seguridad de la intervención con ejercicio, tan sólo uno de ellos describió la ausencia de alteraciones electrocardiográficas durante el programa.
Se han publicado algunos estudios que mostraron mejoras significativas en la condición aeróbica, estrés oxidativo, capacidad funcional e inflamación.
Tampoco hay datos sobre el efecto del ejercicio en los síntomas, la toxicidad y la capacidad para completar el tratamiento.
La mayoría de los pacientes con cáncer de colon son pacientes mayores. Como consecuencia, muchos de ellos, tienen hipertensión arterial, hipercolesterolemia y/o artritis. Este dato debe tenerse en cuenta a la hora de plantear test de esfuerzo previo al programa o diseñar los componentes de la prescripción de ejercicio.
Las enfermedades malignas del sistema hematopoyético suelen presentarse, en los adultos, en la segunda mitad de la vida. Unos necesitan trasplante de células madre hematopoyéticas, tanto de médula ósea como periféricas (TCMH) y otros no lo requieren en ningún momento.
Contamos con tres ECA y un estudio de intervención pre y post tratamiento, con tamaño de muestra pequeño, 9-35 supervivientes, salvo un estudio en supervivientes de linfoma que siguieron un entrenamiento de ejercicio aeróbico, realizado con 122 sujetos.
Ha habido once intervenciones con ejercicio en pacientes con cáncer hematológico durante y después del trasplante. Los estudios fueron de diferente calidad, seis fueron ECA alta calidad, uno fue no aleatorio, cuatro no incluyeron pre y post-control. El tamaño de muestra fue pequeño, entre 12 y 35 sujetos, salvo uno que incluyó 100 pacientes.
Ginecológicos:
Tan sólo existe un ECA dedicado, exclusivamente, a valorar la influencia del ejercicio en supervivientes de cáncer ginecológico, en concreto 45 supervivientes de cáncer de endometrio.
Sin embargo, existen otros cinco ECA que evaluaron lo mismo en grupos mixtos que incluían unos pocos sujetos (n= 5-15) que mostraban cáncer ginecológico.
Los datos limitados de los que disponemos para evaluar la seguridad y eficacia del ejercicio en este grupo de pacientes, impiden establecer evidencias clarificadoras.
En un estudio transversal realizado en Canadá con supervivientes de cáncer de ovario, se observó que los pacientes que seguían las recomendaciones de actividad física para la población, mostraban de forma significativa un descenso de la fatiga, de la neuropatía periférica, de la depresión, de la ansiedad, y de los trastornos del sueño.
El deterioro de la calidad de vida (QOL) suele acompañar a los pacientes supervivientes de cáncer de ovario y endometrio. Una encuesta realizada
en Canadá, entre 486 pacientes supervivientes de un cáncer de endometrio, mostró que los inactivos mostraban un deterioro más profundo en su calidad de vida.
Se ha diseñado un estudio multicéntrico internacional, para evaluar los efectos del ejercicio en problemas relevantes para los supervivientes de cáncer ginecológico, tales como la fatiga, la ansiedad, los trastornos del sueño y el linfedema de miembros inferiores. Éste y otros estudios podrían aclarar estas dudas. Entre tanto y especialmente para el linfedema, aunque no existe evidencia demostrada, podríamos extrapolar las evidencias del linfedema de MMSS.
Resumen evidencias actualizadas:
Tras las propuestas del ACSM sobre las evidencias que avalan los efectos positivos del ejercicio, las investigaciones continúan, habiéndose publicado recientemente, Stout et al (2018), una revisión sistemática de la literatura, entre 2015-2017. A continuación, sintetizamos las conclusiones más destacadas del mismo:
1) La evidencia tras la revisión sistemática avala la idea de que el ejercicio mejora el problema más importante en la mayoría de los pacientes con cáncer con y sin tratamiento, es decir reduce la fatiga que presentan.
2) Las intervenciones con ejercicio demostraron un gran impacto sobre la capacidad funcional de los enfermos, incluido el VO2 máximo (Consumo máximo de oxígeno), la tolerancia al ejercicio aeróbico, el pico de potencia, la fuerza, la flexibilidad y diferentes medidas de capacidad cardio-respiratoria.
3) Las variables de resistencia y forma física fueron positivamente afectadas por las intervenciones con ejercicio.
4) El impacto de las intervenciones con ejercicio fueron diversas, variando desde un efecto positivo hasta un efecto inconsistente.
5) El efecto del ejercicio sobre las variables morfológicas, fue igualmente mixto, en función de los parámetros y compartimentos estudiados. El impacto sobre el IMC (Índice de masa corporal) y el peso, fueron positivos o inconsistentes. El ejercicio parece que afectó positivamente al peso libre de grasa y débilmente a la densidad mineral ósea.
6) El efecto de los programas de ejercicio sobre la calidad de vida, analizados mediante el uso de QOL y HRQOL fueron positivos o en el peor de los casos cercano al beneficio.
7) El ejercicio afectó positivamente a los biomarcadores de cáncer, específicamente a los de tipo inmunológico e inflamatorio. Las mejoras en los perfiles se manifestaron en: aumento del IGF-I y del IGF-II, aumento de los linfocitos CD4, mejora de la función inmunitaria y descenso de los marcadores de inflamación. No hubo impacto sobre el PSA (Antígeno prostático específico) ni sobre la testosterona, en los pacientes supervivientes de cáncer de próstata. El efecto sobre la insulina fue controvertido, con reducciones, mantenimiento o incrementos.
Los estudios sobre mecanismos por los que el ejercicio podría actuar en los pacientes con cáncer son escasos.
La mayoría de ellos describen su efecto a través de modificaciones en el crecimiento tumoral, que conseguiría por distintos caminos:
Recientemente, muchos estudios, también, consideran como elemento clave en todo tipo de cáncer es la presencia de un fenotipo glucolítico altamente regulado. Este fenotipo induciría una acidosis tisular local, que favorecería la aparición, el desarrollo y la invasividad del tumor.
Existiría un efecto específico relacionado con un metabolismo glucolítico elevado, denominado “Efecto Warburg”, que actuaría sobre el metabolismo de las células tumorales reprogramando el microambiente tisular.
Los bolos de ejercicio agudo tendrían el potencial de impactar la biología y viabilidad celular, reduciendo el crecimiento tumoral por incrementos de células inmunes, epinefrina y factores musculares derivados (lactato, piruvato, succinato, malato, exoxomas).
Este hecho se ha postulado como un argumento que justifica el uso de ejercicios de alta intensidad para inhibir, no solo localmente sino también a distancia y con carácter general la glucolisis contrarrestando la posibilidad de formación y/o desarrollo del tumor.
La visión sobre estos mecanismos es emergente, pero son todavía necesarios estudios experimentales que verifiquen la relación causa-efecto entre estos mecanismos y el control del crecimiento tumoral.
En caso de terapia hormonal se recomienda evaluación del riesgo de fractura.
Los individuos con metástasis óseas, requieren evaluación para discernir qué ejercicio es seguro antes de comenzar el programa.
Siempre existe un riesgo indetectable de cardiotoxicidad o fractura ósea como consecuencia del tratamiento. Este riesgo varía ampliamente en la población de supervivientes.
Esta valoración de riesgo no es aplicable al conjunto de la población superviviente, pues podría tener carácter disuasorio y alejar a los pacientes, con bajo riesgo o probabilidad de cardiotoxicidad o metástasis óseo, del inicio de un programa de ejercicio.
Las indicaciones del test de esfuerzo deberían hacerse en base a la evidencia. No se requiere test de esfuerzo si el paciente va a caminar, hacer flexibilidad o fuerza.
Para el resto de las actividades de mayor intensidad se recomienda seguir las indicaciones, contraindicaciones y protocolos de duración e intensidad, de acuerdo a las guías del ACSM.
Los profesionales de la prescripción de ejercicio deberían tener en cuenta y entender todas las toxicidades derivadas del tratamiento oncológico, incluyendo el aumento de riesgo de fracturas y los eventos cardiovasculares de los tratamientos hormonales, las neuropatías asociadas a ciertos tipos de quimioterapia, las morbilidades músculo-esqueléticas y la cardiotoxicidad de ciertos tratamientos.
Los pacientes con metástasis óseas requerirán modificación de su programa de ejercicio (reducción del impacto, intensidad, duración) por el elevado riesgo de fragilidad ósea y fracturas.
Inicialmente deberían ser dirigidos y supervisados, e incluir tanto entrenamiento de fuerza muscular como de resistencia aeróbica.
Los pacientes que han completado su tratamiento muestran habitualmente fatiga y debilidad física y psíquica, por ello se benefician de una mezcla de ejercicio aeróbico a intensidad moderada y alta con ejercicio de fuerza muscular.
El ejercicio aeróbico debería comenzar a baja intensidad y progresar gradualmente hacia moderada y alta intensidad, incrementando al mismo tiempo la duración del mismo.
Este ejercicio debe combinarse con ejercicio de fuerza comenzando a un bajo nivel de carga y de cortas duraciones.
El ejercicio debe ser supervisado teniendo en cuenta cualquier contraindicación absoluta o relativa. En este sentido, apuntamos algunas de ellas.
Permitir el tiempo necesario para curar tras cirugía, con un tiempo de recuperación que puede llegar a 8 semanas o incluso más.
No deben ejercitarse los pacientes que presentan fatiga, anemia o ataxia.
Los pacientes que siguen quimo o radioterapia con cifras de leucocitos inferiores a 0,5 *109/L o con cifras de Hb inferiores a 6 mmol/L, número de plaquetas inferiores a 20 * 109/L o temperatura superior a 38ºC, no deben realizar ejercicio.
El riesgo de fracturas óseas está incrementado en los pacientes con metástasis óseas y, por ello, pueden necesitar modificar su programa de ejercicio, en modo, duración, intensidad, evitando especialmente los ejercicios de fuerza con altas cargas.
El riesgo de infección es mayor en pacientes que están recibiendo quimioterapia o radioterapia y en aquellos que han comprometido su función inmunitaria como consecuencia del tratamiento.
Con carácter preventivo, deben extremarse los cuidados para evitar las infecciones cutáneas en los centros deportivos a los que acudan pacientes con estas características.
En caso de infección establecida, se recomienda interrumpir el entrenamiento hasta que el sujeto permanezca, al menos, un día asintomático, tras el cual puede reanudarse el ejercicio.
En los pacientes con cáncer de colon y ostomía, deben solicitar autorización médica antes de comenzar deportes de contacto o deportes con peso, por el riesgo de rotura y hernia respectivamente.
Los pacientes con cáncer ginecológico, que presentan inflamación o hinchazón en el abdomen, ingle o extremidad inferior, deberían buscar una solución médica antes de comenzar con ejercicios que impliquen al miembro inferior.
En el mundo médico es tradicional prescribir el tratamiento más efectivo basado en la evidencia y que ocasione el menor número de efectos secundarios.
La evidencia sugiere que el ejercicio, en casos seleccionados, es tan efectivo como el tratamiento médico y, en situaciones especiales, puede ser más efectivo y/o añadir un plus al tratamiento médico.
El conocimiento acumulado, a día de hoy, es ya muy amplio y reune fuertes evidencias de los beneficios del ejercicio en la prevención del cáncer y en la mejora de los ya diagnosticados, en tratamiento o en la fase posterior al mismo.
Por ello, el ejercicio debe ser utilizado y prescrito, aunque todavía es necesario afinar algunos aspectos del procedimiento óptimo. Procedimiento que debe incluir, indicaciones, contraindicaciones, exámenes clínicos y funcionales previos, precauciones a tomar, supervisión y finalmente programar el ejercicio a prescribir.
En próximos capítulos se ampliarán algunos aspectos que apuntamos en este capítulo, dedicado fundamentalmente a reforzar la idea, sobre la utilidad de las intervenciones con ejercicio en la población general y específicamente en los pacientes diagnosticados de un proceso neoplásico.
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